Hace
unos meses atrás pasé por la increíble experiencia de llevar un curso de
introducción al clown para profesionales de la salud, en el que aprendí a comprender
un poco más este término y la relevancia que cobra cuando queremos tener mejor
llegada a un público objetivo, pero en
general creo que es interesante reconocer su importancia al momento de
relacionarnos a todo nivel, pertenezcamos o no a alguna carrera de este ámbito
profesional, tengamos o no la vocación de servicio como pilar fundamental
dentro de nuestra amplia lista de competencias, y es que ser auténtico parte de
reconocer quién soy, aceptarme tal cual sin negar la existencia de esa parte
que me hace vulnerable, propenso a
cometer errores y mostrarme sin máscaras ante los ojos de un público que finalmente
comparte la misma raza y título que uno.
Siguiendo
con el relato de mi corta experiencia como clown, admito fui con una idea
preconcebida totalmente errónea del curso y es que jamás pensé que un personaje
en apariencia insignificante y ridículo pudiera hacer de lo simple algo
fantástico y revelar tantas luces de lo que puede ser banal y hasta prohibido
para la mayoría de nosotros. Pongo énfasis en el término “personaje”, porque si
bien el clown no es la representación de algún personaje sino la representación
de uno mismo, en la vida real “los
simples mortales” sí solemos representar a más de uno y muchas veces ninguno de
ellos se acerca a quienes realmente somos. Pareciera como si cada uno de
nosotros con el paso de los años, fuéramos obligados a ponernos máscaras
moldeadas y modificadas por las demandas de una sociedad que va evolucionando
en muchos aspectos, pero que cada día se vuelve más deshumanizada.
Pero,
¿quiénes somos realmente? ¿Acaso somos el producto final de las demandas de esta
sociedad que nos impone patrones de conducta establecidos como “correctos”?, o ¿es
que realmente sólo somos la materia prima de aquel producto? “Yo soy yo y mis
circunstancias”, frase célebre del filósofo Ortega y Gasset archiconocida por la mayoría, me da algunas luces a esas preguntas ya que alude a un hombre influido por todo
lo que le rodea, medio del cual no se puede desligar. Por otro lado,
considerando a la personalidad como la base y esencia de nuestro ser y
quehacer, es sabido que ésta es determinada por factores biológicos y socioculturales,
en otras palabras por la herencia y experiencia de vida. Pero hasta aquí me
surge otra incertidumbre ¿cuáles son realmente esas máscaras que nos vamos
colocando con el tiempo? ¿Acaso vienen determinadas por aquellas circunstancias
y experiencias de vida? Para responder estas preguntas, les pongo un ejemplo típico
que comete el clown con frecuencia: Él se encuentra bailando desplazándose de
un lado para otro por todo el escenario, cuando de repente en su torpeza, se
enreda con sus mismos pies y cae de forma estrepitosa; el público ríe estruendosamente,
y en vez de reincorporarse rápido, se queda ahí abajo, observando detenidamente
lo que sucede en ese momento a su alrededor y dentro de él, percibiendo cada
sensación tanto interna como externa, se da cuenta que el caerse generó la risa
del público y de manera fortuita lo vuelve a hacer una y otra vez muy a su
estilo, hasta que decide que es momento de continuar con la escena, porque este
estado de comodidad no va ser eterno (Como cuando contamos el mismo chiste una
y otra vez, va dejando de tener el mismo efecto que al principio y tenemos que
reacomodar nuestras estructuras de pensamiento para contar otro).
El
trabajo del clown, generalmente consiste en la identificación que genera en las
personas a partir de ser auténticos y de reconocer el fracaso como parte
fundamental en nuestro crecimiento. En el ejemplo anterior, cualquier persona
común, por lo general hubiera tratado de reincorporarse rápidamente y actuar
como si nada hubiera pasado, otros quizá se hubieran quedado abajo más tiempo
del necesario. Todos cometemos errores en algún momento de nuestras vidas, la mayoría
de ellos son comunes entre nosotros, y hasta podría decir que más nos parecemos
a los otros en nuestros errores que en nuestros aciertos, porque finalmente
para llegar a estos últimos, el fracaso, desacierto, error o como quiera
llamársele forma parte del camino y hay que aprender a contemplarlo,
asimilarlo, integrarlo a nuestra estructura personal y superarlo. Las máscaras
que nos ponemos finalmente son eso, máscaras que ocultan nuestro verdadero
rostro, nuestras partes débiles, nuestros errores, aquello que creemos vetado
por los demás y sobretodo por nosotros mismos; no reconocer todo aquello, es no
reconocer parte de nosotros y retardar nuestro crecimiento. Lamentablemente,
vivimos en un mundo en el que cada vez se aclama más la “perfección por sobre
todas las cosas”, desvirtuándose el concepto real de “ser cada vez mejores
personas” y no unas simples máquinas infalibles.
Ser
auténticos, es algo que comienza en nuestro interior, a partir de reconocer lo
blanco y lo negro, integrándolos en nuestro ser para buscar ser mejores, porque
la autenticidad no solamente es quedarnos en reconocer quiénes somos y
mostrarnos tal cual sino que trasciende ese significado y busca que seamos
fieles a nuestro objetivo de vida, partiendo de uno mismo para llegar a ello. Nosotros atraemos lo que somos, por
lo tanto es hora de empezar a trabajar en ese ser mejorando lo que queramos
cambiar, más no negándolo, siendo más conscientes de quienes somos y lo que
queremos, porque una vez que lo hagamos, las brechas se acortaran, el camino se
allanará y las respuestas simplemente aparecerán. Finalmente, todos tenemos un clown interno, y es
esa parte de nosotros que de vez en cuando nos hace ver hacia adentro para después mirar hacia afuera con ojos distintos, es esa parte que nos impulsa a ser
mejores personas sin dejar de ser uno mismo.
Ps. Mary Rodriguez Castro
"El verdadero y único viaje es el viaje interior"
(María Rilke)
No hay comentarios:
Publicar un comentario